El investigador y periodista Raúl Zibechi analiza el impacto político de la Masacre de Avellaneda
¿Cómo observa la relación entre Estado y movimientos
sociales en la Argentina actual?
La potencia del movimiento social es tan grande que el
Estado necesita de ellos para hacer ciertas cosas. Si el Estado
quiere trabajar en el territorio, en una villa o en un barrio del conurbano,
tiene que apoyarse en los movimientos sociales. Uno puede decir que el
Estado lo hace para domesticar a los movimientos, pero también
queda claro que necesita hacer eso. En la actualidad, hay una zona muy
gris entre la heteronomía y la autonomía. Por ejemplo, un bachillerato popular hoy reclama el reconocimiento del título o el salario para los docentes. Pero, también, el Estado está influido por los movimientos.
Hay una disputa de grises, que es normal y que va a ser normal
durante bastante tiempo. No está ese gran flujo de los movimientos, pero es
un período de guerra de posiciones, que son micro y en cada lugar. Hay
disputas muy interesantes, muy creativas a veces, y que muestran que
el ciclo no está muerto. Algunos hablan de un ciclo de luchas que ya se
terminó, pero yo creo que no.
¿Por qué cree que algunos señalan que ese ciclo se cerró el
26 de junio de 2002, con la masacre del Puente Pueyrredón?
Si utilizáramos la categoría “ciclo de protestas”, arranca
alrededor de 1997 y culmina en julio de 2002, cuando Eduardo Duhalde
convoca a elecciones. Ahí se produce un reacomodo de la clase
dominante que les permite tomar la iniciativa. Fue una medida
inteligente de Duhalde, porque entendió que no podía seguir en el gobierno
y entonces convocó a elecciones para buscar una salida. De ese modo, el Estado retomó la iniciativa, más allá del gobierno. A partir
de ese momento, el movimiento social tuvo un parate, porque el
Estado tomó la iniciativa. Pero la creatividad popular no terminó.
Entonces, se puede decir que ese ciclo no se cerró, porque hay
creatividad popular, hay un montón de iniciativas que se mantienen y otras nuevas
que se crean. El velorio de Kirchner, además, mostró que hay un
alerta popular, porque fue algo que no estuvo “aparateado”, porque ahí
estuvo la gente que salió espontáneamente a la calle. Y eso muestra
una riqueza
enorme. En ese sentido, el asesinato de Darío Santillán y
Maximiliano Kosteki marcaron un “no va más” del duhaldismo y del intento
de querer capear el temporal. Hay una vuelta de tuerca importante y el Estado retomó la iniciativa hasta el día de hoy. Pero eso no
quiere decir que el ciclo de protestas esté terminado, porque están
vivas la creatividad y la capacidad popular de seguir adelante.
(fragmento de la entrevista a Raúl Zibechi, incluida en el libro 2001. Relatos de la crisis que cambió la Argentina)
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