(Fragmento de la entrevista a la politóloga María Esperanza Casullo, incluida en el libro 2001. Relatos de la crisis que cambió la Argentina, editado por Patria Grande)
"El 2001 marcó un límite de políticas que se veían como muy
represivas y muy antipopulares. Fue una herencia agridulce. No es bueno que se caiga un gobierno, pero sí fue importante porque
introdujo un miedo de los representantes a la figura de sus
representados. Y eso en los noventa no estaba. Quedó claro que si un gobierno mete
la pata, la gente lo va a ir a buscar. Kirchner tomó ese temor a la
manifestación popular para agitarla en función de correr el esquema de lo
posible. Es decir, yo me voy a apropiar de una parte de tus ganancias y
vos “morfátela” porque, sino, salen estos “pibes” y queman todo. El 2001
actúa como una especie de amenaza latente, sobre algo a lo que no
se quiere volver, que permite ampliar el rango de lo posible.
¿Cómo analiza los asesinatos de Santillán y Kosteki, en ese
marco?
Hubo una mala lectura de Duhalde y de ciertos sectores de la
elite con la masacre del Puente Pueyrredón, porque la sociedad no
quería represión. Se revela una profunda desconexión entre la elite
y ciertos deseos, no sólo de las clases populares sino también de la
clase media. El 26 de junio de 2002 fue uno de los días más horribles de
mi vida. Me acuerdo de ver las imágenes y de ponerme a llorar, de llamar
a mi vieja y que también estuviera llorando. No sólo fue un acto
criminal, sino que era algo que la sociedad no quería. Hay ciertas
salvaguardas democráticas que están arraigadas en la sociedad argentina,
y que no son reconocidas por las elites. El discurso represivo –no lo
niego– resuena en ciertos sectores sociales, pero resuena menos que
los que lo enuncian creen."
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