(fragmento de la entrevista a los integrantes del ex MTD de Solano, que integraban la Coordinadora Aníbal Verón, junto a los MTDs de Lanús, Almirante Brown, Florencio Varela y Esteban Echevarría. Incluido en el libro 2001. Relatos de la crisis que cambió la Argentina)

"Durante el gobierno de Duhalde, ellos ya habían tomado la decisión de
hacernos pomada. Chiche Duhalde declaraba: `Yo los voy a secar a los
piqueteros. Y, en las reuniones de gobernadores en La Pampa, decían:
'Esto no va más, hay que frenarlos'. Pero no tiraron ninguna señal y a
nosotros nos dejaron con todos los números en la rifa de las balas'", sostiene Alberto Spagnolo. “Maxi y Darío fueron objetivos seleccionados, pero hubo un montón de compañeros heridos de bala, en la espalda, en la columna, en la cabeza.
Tiraban a matar. En Solano, tuvimos once heridos de bala”, agrega.
“Esa masacre fue la culminación de una avanzada en la criminalización
de la protesta y de las luchas sociales. Si bien fue hacia nosotros tenía
que ver con algo mucho más grande”, razona Neka Jara. A su lado, Spagnolo
asiente y agrega: “De alguna manera, creo que lograron su objetivo de
quebrarnos internamente, de ponernos en tensión”.
¿Cómo se vivieron en el movimiento los meses posteriores a la masacre
de Avellaneda?
ALBERTO: Nosotros éramos una organización marginal y pasamos
a ocupar un protagonismo muy fuerte en el escenario político. Aparecieron
las cámaras de TV y los periodistas hacían su acongojada crítica.
“Creíamos que se mataban entre ustedes y no era así”, decían. Pero
ese protagonismo se mezclaba con una fragilidad en nuestra mente,
en nuestra posibilidad de reflexión sobre lo que ahí se estaba jugando.
Ya comenzaban a erosionarse las posibilidades que teníamos como
organización, porque la represión siempre te deja una marca.
¿Cuáles eran esas huellas?
ALBERTO: Nunca puede ser lo mismo si te asesinan compañeros.
Nosotros tuvimos once heridos de bala, muchos compañeros. No eran
heridas simples, sino que te tiraban a matar con balas de plomo. Y eso
produce dolor en la familia. Es muy fuerte. De todos modos, creo que
no fue lo que rompió la organización, porque si algo hubo a favor es
que siempre se trabajó con mucha sinceridad, explicando a qué íbamos
en cada caso. No es que iba la vanguardia y llevaba la gente de relleno.
Se debatía mucho. Nadie jamás va a poder decir “me llevaron a algo
que yo no sabía”. Y eso ayuda. Pero el tema es que, con ese protagonismo político que tuvimos, con una proyecto muy grande de la Aníbal
Verón, se puso en tensión esa construcción múltiple que teníamos
como principio organizativo.
¿Allí comenzó la ruptura de la Coordinadora?
ALBERTO: Conformar una “mezcla política”, como la definíamos,
suponía que tuviera capacidad de decisión, representación y búsqueda
de la eficacia. Pero diciendo “bueno, así se es más eficaz”, se pasaba por
arriba las asambleas. El hecho de que dos o tres decidieran una cuestión
en una mesa política te ponía en una situación de contradicción
con tu propia forma organizativa. Se modificaban un montón de cosas
y eso es lo que no se pudo saldar. Más allá de que hubo cuestiones
conspirativas que no ayudaron al momento.
Muchos interpretan que la represión del 26 de junio de 2002 marcó
el fin de una etapa, ¿qué interpretación política hacen ustedes de aquellos
hechos?
NEKA: Sentimos el cierre de una etapa, pero también la apertura de
otras cosas, que es en lo que andamos hoy. También redefiniciones de
los distintos grupos que estábamos en ese momento coordinando la
Aníbal Verón, porque se abrieron caminos diferentes. Ahí empezamos
a pensar muchísimo y a tener luchas internas muy fuertes, por ejemplo,
con el tema de los piquetes. Sentíamos que estaba agotada esa herramienta.
Hoy hay piquetes por todos
lados. En algunos casos, nos parece
bien; en otros no… Hasta el campo pudo hacer piquetes. Pero lo
que se abrió ahí fue conflictivo, significó rupturas y quiebres, aunque
también muchos aprendizajes.