martes, 15 de noviembre de 2011

"Si algo se demostró en 2001 fue la tremenda vitalidad, democracia y solidaridad que tienen las clases populares y los sectores medios en la Argentina"


(Fragmento de la entrevista a María Esperanza Casullo, "Quiebre del Estado y procesos de autoorganización", del libro 2001. Relatos de la crisis que cambió la Argentina)

“Si algo se demostró en 2001 fue la tremenda vitalidad, democracia y solidaridad que tienen las clases populares y los sectores medios en el país”, afirma María Esperanza Casullo, doctora en Teoría Política de la Georgetown University e investigadora de las universidades de San Martín y Río Negro. Sus estudios se han enfocado en la teoría de la democracia deliberativa, la sociedad civil y la ciudadanía, y en los populismos latinoamericanos. Creadora de los blogs Artepolítica y La Barbarie, Casullo tiene 37 años y es licenciada en Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires.”

(…)

¿Cómo interpretó Néstor Kirchner el 2001?
En primer lugar, Kirchner entendió que había que reconstruir la autoridad presidencial. En los noventa y en la Alianza, el funcionario más poderoso era el ministro de Economía o el presidente del Banco Central. Pero, a partir de 2003, no hay nadie dentro del sistema político que sea más poderoso que el presidente de la República. Cuando el kirchnerismo pierda el poder, aquél que suba, deberá agradecérselo. Esa recuperación se consiguió, incluso, tomando decisiones que fueron controversiales, como la expulsión de Roberto Lavagna, quien se observaba como un ministro de Economía con una gestión exitosa. Pero el kirchnerismo decidió “pegarle una afeitada” a la figura del ministro de Economía y, después de la ida de Lavagna, no volvió a haber un ministro con un perfil tan alto.
¿Qué otros elementos tomó de ese proceso?
El segundo elemento interesante fue la revalorización del conflicto político, que en un momento determinado aparece resolviéndose a través de la figura del Presidente. Es decir, el conflicto es leído como un contexto que permite tomar ciertas medidas de Gobierno. De ese modo, esas decisiones no son vividas como medidas tecnocráticas, sino como respuestas políticas a esos conflictos. Pero también aparece como una tercera cuestión diferencial del proceso abierto en 2003, la búsqueda de Kirchner de quebrarle el espinazo a la estructura de poder del Partido Justicialista de la provincia de Buenos Aires.
¿Cómo se concretó ese objetivo?
El momento clave fue el triunfo en las elecciones a senadores de Cristina Kirchner sobre Chiche Duhalde en 2005. Muchos creíamos que Kirchner iba a arreglar y que no se iba a enfrentar abiertamente con el duhaldismo. Pero él entendió que el peronismo bonaerense, encarnado en Duhalde, había desempeñado –durante toda la década del noventa y el 2001– el rol de “actor con poder de veto”, como se denomina en la ciencia política.
¿Cómo describe ese rol?
El PJ bonaerense nunca tuvo poder para impulsar sus propias políticas, pero sí contaba con la capacidad de vetar y de impedir la implementación de políticas impulsadas por el gobierno central. Entonces, Kirchner comprendió que tenía que ir a matar o morir en esa pelea: o los disciplinaba o no podía gobernar verdaderamente frente a esa extorsión permanente. Y lo hizo. Es claro que la alianza de ciertos intendentes del conurbano con el kirchnerismo es táctica, y que no marca una pertenencia política, pero hoy ese aparato no tiene el poder de veto que tenía años atrás.
Sin embargo, algunos analistas sostienen que en esa lucha, Kirchner se terminó “pejotizando”.
Siempre recuerdo que, en 2002, Elisa Carrió, Aníbal Ibarra y Kirchner realizaron una conferencia de prensa conjunta en la Casa de Santa Cruz, reclamando la caducidad de mandatos. Allí, Carrió e Ibarra le plantearon la posibilidad de hacer una alianza electoral y le insistieron mucho a Kirchner para que dejara el PJ. Sin embargo, él tomó la decisión de no abandonar el PJ. Sabía que su coalición debía ser variable y amplia, pero que su verdadero puntal estaba en el PJ. Con el agregado de la “transversalidad” o la “concertación plural”, pero con el PJ como eje claro. En ese sentido, es adecuada la tesis de Torcuato Di Tella, que sostiene que hay tres sectores que tienen poder real en la Argentina.
¿Cuáles son esos tres grupos?
El primero está compuesto por los grandes empresarios. El segundo, por la clase media, que tiene poder cultural y de imposición de agenda. Y el tercero, por los sindicatos, a quienes yo agregaría los intendentes del conurbano. Entonces, si uno quiere gobernar la Argentina, debe elegir en cuál de esos sectores se respalda. Se trata de una dilemática de hierro, que no puede ser evitada en base a la voluntad de quien gobierna. Kirchner decidió recostarse en el tercer grupo, aunque le haya llevado a pagar ciertos costos. Pero, entonces, la pregunta es: ¿si no te recostás en ese grupo, en cuál te respaldás? Si no generás apoyo en ese sector, terminás recostado en el escritorio empresario, y eso te lleva, necesariamente, a instrumentar políticas de derecha. O podés terminar sin respaldo en ningún lado, como pasó con el Frepaso, porque es evidente que con la opinión pública de la clase media no alcanza.
¿Usted identifica a los sectores populares con ese tercer espacio?
Te puede no gustar esa característica y podés intentar generar una militancia que lleve a cambiar eso en el futuro, pero si uno mira la realidad, los sectores populares en la Argentina son hoy identitariamente peronistas.”

(…)

“Finalmente, ¿qué marcas dejó en su generación el 2001?
La gente de mi generación quedó atrapada en la disyuntiva de integrarse o no al kirchnerismo. Todos los que venían de una militancia cercana al Frepaso, a la CTA, o de una cierta militancia intelectual de centroizquierda o progresista, quedaron atravesados por ese dilema. Es decir, comprometerse con un proceso que es visto con grandes capacidades transformativas –aunque eso implique “comerse algunos sapos” y aceptar aspectos que van en contra de lo que uno sostenía–, o apostar a la construcción de una alternativa mucho más pura, ligada a una construcción por fuera del bipartidismo y a mecanismos de democracia directa. Pero me parece que optar por esta última posición, es no hacer una buena lectura de 2001.
¿Por qué?
La gran pregunta que quedó abierta en ese momento fue –y es– cómo conectar esa capacidad de autoorganización que hay en la Argentina con la construcción de ese poder que permite patear los culos que hay que patear, con las características que tiene este país. No se hace política en el vacío. En la Argentina, los sectores empresarios son absolutamente rentísticos, sólo quieren que el Estado actúe como garante de las condiciones que aseguran su rentabilidad, y no están dispuestos a que se ponga en marcha cualquier tipo de política redistributiva ni a pagar siquiera el cinco por ciento de sus ganancias en impuestos. Esas características hacen que, si esos sectores entran a la cancha con once jugadores, nosotros tenemos que jugar con veinte para ganarles. Entonces, se necesita organización popular, muchísimos legisladores en el Congreso y una burocracia muy activa y eficaz. En caso contrario, “te rompen el culo”. El 2001 dejó eso muy en claro.

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