domingo, 18 de diciembre de 2011

Vértigo

(Columna publicada en la revista Caras y Caretas, n° 2265, diciembre de 2011)
Por Walter Isaía y Manuel Barrientos*



La alegría y la emoción desbordan. Son miles y miles los que caminan por la ciudad y sienten que, con sus pasos, recuperan esos espacios públicos que, hasta hace pocos días, parecían ajenos. El presidente Fernando De la Rúa acaba de anunciar el estado de sitio y, paradójicamente, la movilización en las calles se vuelve cada vez más generalizada. La noche, el calor, sentirse muchos, otra vez potentes. Las corridas, la represión, las primeras muertes, ahí, en las escalinatas del Congreso. Vértigo, excitación, dolor, incertidumbre.
No son dos días aislados, representan la cristalización de un largo proceso de resistencia, de una crisis múltiple, agravada por las decisiones de un aparato estatal desvencijado. Pero son dos días de épica, que marcan a fuego la biografía política de las generaciones más jóvenes. “Es el fin del ciclo que se instaló en la dictadura”, sintetiza Víctor de Gennaro en ese mismo momento.
Día largo, de más de 24 horas, el 19 culmina. En el conurbano bonaerense se viven saqueos y “operaciones de contrainsurgencia”, montadas por fuerzas de seguridad y servicios de inteligencia, que buscan desmovilizar a la población, como describen desde el MTD de Solano.
Llega el 20, otra jornada extensa, huella de militancia acumulada del pueblo en las calles. En la mañana, la represión a las Madres, en su Plaza de Mayo, actúa como un nuevo disparador de la movilización popular. Son muchos los que corren hacia el centro de la Ciudad para defender a esos símbolos de la resistencia. La policía golpea, dispara, hiere, mata. No sólo en Buenos Aires, también en el resto del país.
Miles se enfrentan a ellos en diferentes puntos del microcentro. Hay militantes de la agrupación H.I.J.O.S. con pañuelos en la cara. Los motoqueros no paran, arrojan limones para defenderse de los gases y alertan sobre los movimientos represivos. Son como flechas que atraviesan el conflicto. Están acostumbrados a jugarse la vida todos los días, en esas mismas calles. Hay vallas tiradas que funcionan de trincheras y fogatas en las esquinas. Las señales de tránsito que ordenan pautas cotidianas están borradas por completo.
En la calle, uno se encuentra con parientes o amigos, sin planificación previa. Es una suerte de sincronismo social, que se constituye de forma espontánea. Es cierto, hay también algunos grupos organizados. ¿Será “un llamado”?, reflexiona Horacio González. ¿Una revuelta?, dice Luis Zamora. Algunos sectores de izquierda hablan de un “Argentinazo”, aunque no es la clase obrera organizada la que está al frente de las protestas. Aquellos más cercanos a las posiciones libertarias lo califican como una “insurrección popular”. No está muy claro por qué pelear, no hay una agenda heterogénea ni acordada. El enemigo es la policía, sí, pero si se gana el enfrentamiento, ¿qué pasa?
Un Fiat Palio color rojo y otro auto blanco, ambos sin patentes, llevan a los autores de los disparos que dan muerte a los manifestantes. En la Plaza de Mayo un policía dice: “Muertos no”. Pero aclara: “Hay que despejar la Plaza”. Esa orden, poco después, cobra sentido. Luis Zamora y Marcela Bordenave ingresan a la Casa Rosada. Ven que los funcionarios cargan computadoras y carpetas en los autos. Sólo uno de ellos los atiende. “¿Vienen por esto?”, les pregunta, con varios televisores a su espalda, que muestran la represión. Es el final de esa frustración que significó para muchos el gobierno de la Alianza, votado de forma mayoritaria sólo dos años atrás. Del recorte de salarios y jubilaciones, del blindaje, de la vuelta de Domingo Cavallo, del megacanje, del corralito.
Treinta y ocho personas son asesinadas durante esas jornadas. Nadie sabe qué vendrá después. Después de los años del no sé puede, todo parece abierto, posible. Ese “llamado” viene a romper los discursos posmodernos y cínicos del fin de la historia y de caída de los grandes relatos sociales y políticos. Esa capacidad popular de destituir lo establecido queda resonando, como un eco tal vez lejano pero siempre latente. Es la “Argentina Plebeya”, dirá más tarde Raúl Zibechi, que construye una épica que se arroja al futuro.

* Autores del libro 2001. Relatos de la crisis que cambió la Argentina, publicado de forma reciente por Editora Patria Grande.

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